En el desarrollo web actual, las marcas compiten por captar la atención del usuario con recursos cada vez más vistosos: transiciones, microinteracciones, desplazamientos infinitos, efectos 3D y videos de alta intensidad visual. Sin embargo, para muchas personas —especialmente quienes son neurodivergentes o tienen sensibilidad sensorial— estas experiencias pueden convertirse en pruebas de resistencia mental.
El costo invisible
No hay estadísticas universales exactas, pero estudios de accesibilidad estiman que entre el 15% y el 20% de la población mundial presenta alguna condición que puede generar dificultades con este tipo de interfaces. Si tu producto digital recibe 100.000 visitas mensuales, potencialmente estás excluyendo a 15.000 o 20.000 usuarios. Y cada usuario perdido es una oportunidad comercial que desaparece.
Ejemplos de herramientas que se volvieron modas pasajeras por no ser inclusivas:
Parallax extremo (2014-2017): generaba mareos y desorientación en algunos usuarios.
Scroll infinito sin puntos de referencia (2012-2016): dificultaba la navegación y la localización de contenido.
Interacciones solo por hover (2010-2015): inaccesibles en dispositivos móviles y lectores de pantalla.
Sitios en Flash (hasta 2010): nulos en accesibilidad y dependientes de un plugin obsoleto.
Menús “hamburguesa” ocultos en desktop (2015-2018): redujeron la tasa de descubrimiento de secciones importantes.
Diseñar más allá de la moda
Las tendencias no son enemigas del buen diseño, pero no deben imponerse sobre la usabilidad universal. Diseñar pensando “más allá del usuario promedio” significa incluir desde el inicio a quienes tienen necesidades distintas. No es solo una cuestión ética: es una estrategia de negocio inteligente.